La mutilación genital femenina, cuando la cultura sobrepasa los derechos humanos

 Según la ONU la mutilación genital femenina (MGF) es una práctica que implica la alteración o lesión de los genitales femeninos por motivos no médicos y que internacionalmente es reconocida como una violación grave de los derechos humanos, la salud y la integridad de las mujeres y las niñas.

 Esta práctica puede causar complicaciones de salud a corto y largo plazo, incluido dolor crónico, infecciones, sangrados, mayor riesgo de transmisión del VIH, ansiedad y depresión, complicaciones durante el parto, infecundidad y, en el peor de los casos, la muerte.

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 Con el fin de visibilizar la importancia de terminar con la MGF, en 2012 la Asamblea General de la ONU designó el 6 de febrero como el Día Internacional de Tolerancia Cero para la Mutilación Genital Femenina, una jornada de concienciación para ampliar y dirigir los esfuerzos para la eliminación de esta práctica.

 Según el Fondo de Población de las Naciones Unidas (UNFPA), la MGF se realiza en veintinueve países de África, en países asiáticos como India, Indonesia, Iraq y Paquistán, en algunos países de Oriente Medio como Omán y Yemen y en algunas comunidades indígenas de Latinoamérica, como en la Emberá en Colombia. También se mantiene entre grupos de población emigrante en Europa, Norteamérica, Australia y Nueva Zelanda (ONU, 2019). En 2023, 4,3 millones de niñas en todo el mundo corren el riesgo de sufrir mutilación genital femenina (UNFPA).

 En Colombia esta situación comenzó a tener visibilización y a reconocerse como una problemática a mediados del año del 2007 ante la denuncia de la Personería Municipal de Pueblo Rico por unos casos de mutilación genital femenina a niñas Embera que causaron su muerte, el Instituto Colombiano de Bienestar Familiar con las instancias competentes del Estado y el apoyo del Fondo de Población de las Naciones Unidas, comenzaron a realizar un trabajo en conjunto con las autoridades Embera, sus mujeres y sus parteras en el departamento de Risaralda, para la erradicación de la práctica.


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 El UNFPA considera que aunque la MGF se entienda como una practica cultural sí puede ser condenada puesto que la cultura y la tradición proporcionan un marco para el bienestar humano, y la cultura no se puede usar para consentir la violencia contra las personas, además, la cultura está en constante cambio y adaptación.

 Sin embargo, es importante que las actividades que se realicen en búsqueda de la eliminación de la MGF se desarrollen teniendo en cuenta el trasfondo cultural y social de las comunidades que lo practican, haciendo una pedagogía que le haga entender a las personas los peligros de ciertas prácticas y de qué manera se pueden abandonar estas sin dejar a un lado aspectos significativos de su cultura.

 Como podemos ver, la MGF lejos de ser una práctica avalada por una cultura es una práctica que atenta contra la soberanía del cuerpo de las niñas y mujeres, es por lo mismo que mujeres que tuvieron que pasar por esto decidieron comenzar a ser voceras y velar por los derechos de las niñas de sus comunidades.

 Como lo es Jaha Dukureh, una activista por los derechos humanos gambiana impulsora de la campaña contra la mutilación genital femenina.​ Es la fundadora y directora de Safe Hands for Girls, una organización que lucha contra la MGF. Jaha tuvo MGF con apenas una semana de nacida y se casó a los 15 años, luego de que su madre concertara el matrimonio.

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 Si bien desde nuestra posición externa es difícil llegar a una comunidad a cambiar unas creencias que tienen desde hace años, sí podemos apoyar los proyectos y escuchar los discursos de aquellas que han decidido salirse de los cánones impuestos por sus comunidades para recuperar las libertades que cada persona debería tener sobre su cuerpo.

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