Para construir una sociedad verdaderamente incluyente es importante comenzar a vivir con normalidad la diversidad que nos rodea, entender los factores que varían en cada persona y las formas en las que podemos relacionarnos es lo que nos ayudará a la verdadera inclusión.
El 18 de
febrero se conmemora el Día Internacional del Síndrome de Asperger. Este es un
trastorno del neurodesarrollo, que se engloba dentro de los trastornos del
espectro autista (TEA), caracterizado por dificultades significativas en la
interacción social y la comunicación no verbal, junto con patrones de
comportamiento e intereses restringidos y repetitivos.
Según el
Hospital Johns Hopkins de EEUU el síndrome de Asperger se caracteriza por la
dificultad para la interacción social, las obsesiones, los patrones del habla
extraños, pocas expresiones faciales y otras peculiaridades. Con frecuencia,
las personas que tienen el síndrome de Asperger tienen dificultad para
comprender el lenguaje corporal de otros individuos. Tal vez adopten rutinas
obsesivas y muestren una sensibilidad inusual a los estímulos sensoriales; por
ejemplo, es posible que les moleste una luz que a otra persona usualmente no le
molestaría, se cubran los oídos para evitar sonidos del ambiente o quizás
tengan preferencia por usar ropa de un tejido determinado.
Para las
directrices del Servicio Nacional de Salud del Reino Unido (NHS), el
“tratamiento” de cualquier forma de autismo no debería ser un objetivo, ya que
el autismo no es una enfermedad que pueda curarse. Según el Real Colegio de
Psiquiatras del Reino Unido, si bien las afecciones concurrentes pueden
requerir tratamiento; el tratamiento del autismo en sí consiste principalmente
en proporcionar la educación, la formación y el apoyo/cuidado social necesarios
para mejorar la capacidad de la persona para desenvolverse en el mundo
cotidiano.
Es aquí
cuando entra la importancia del conocimiento social con relación a este
trastorno. Entender que cada persona tiene formas diferentes de relacionarse y
no orzarle a que encaje con las nuestras es importante para dejar a un lado el
estigma que se ha puesto sobre las personas con TEA.
Con ese estigma, vienen muchas veces limitantes en su desarrollo no solo personal sino también profesional, ya que el tener diferentes formas de realizar actividades, incluyendo las cotidianas, socialmente se tacha como algo negativo y si termina excluyendo a estas personas. Es importante volver a resaltar que el TEA no es una enfermedad sino un trastorno del neurodesarrollo, que afecta el desarrollo y configuración del sistema nervioso de manera prenatal, y al funcionamiento cerebral. Por lo tanto, en la actualidad no existe ningún tratamiento que lo pueda “prevenir”, “curar” o “revertir”.
Si bien no
es posible establecer parámetros fijos sobre cómo relacionarse o interactuar
con personas con TEA, puesto que cada una de ellas tiene diferencias en sus
relaciones, intereses, preferencias y la forma en la que el TEA se refleja en
su vida. Sin embargo, sí podemos tomarnos el tiempo de conocer verdaderamente
la persona, no minimizar aquellas cosas que para nosotros son normales, pero
para ella puede representar una dificultad, indagar en su experiencia y tratar
de entenderla, aunque se vea muy diferente a la nuestra. Además de eso, no
tomarnos personal sus reacciones puesto que hay que entender que son parte de
su TEA y poco o nada tienen que ver con nosotros.
Si bien estas son acciones que podrán mejorar todas nuestras relaciones sociales, tenderlas más presentes al interactuar con una persona con TEA ayudará a su inclusión, expandir nuestra visión del mundo, ampliar nuestra forma de relacionarnos y evitar seguir cargando con un estigma a las persona con TEA.
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